Chucho
Apareció en mi vida un 22 de agosto de 2005, justo el día en que mi vieja cumplía 73 años. Yo había salido a despedir a una amiga que había venido a saludar a mamá. Era tarde a la noche y se avecinaba una tormenta importante. Y, en medio de la oscuridad, divisé sobre la medianera una cosita negra que se deslizaba y emitía maullidos. Enseguida me detectó amigable, se bajó de la pared y comenzó a pasar entre mis piernas. Cómo no iba a ofrecerle cobijo. Desde entonces, se ganó el mote de “regalito de cumpleaños” de Lía (así se llamaba mi madre) pero terminamos bautizándolo Chucho. Nunca sé en realidad cómo surgen los nombres de mis gatos. Quizá debería concluir, después de 20 años de convivencia feliz con estas maravillosas criaturas, que ellos lo deciden, como todo lo que hacen. Al principio pensamos en ponerle Cato porque, en sus primeros tiempos en casa, se la pasaba tirándose encima de nosotros, de improviso, como aquel asistente de las películas del inspector Clouseau que pr...