Ciclos (comienzos, finales, limbos y mientras tantos)
Es extraña la percepción del tiempo que tenemos los humanos. Se alarga, se contrae, se hace eterno ─como si estuviera detenido─ o transcurre tan rápido que no podemos dimensionar lo efímero que es o, mejor dicho, lo efímeros que somos nosotros inmersos en su devenir.
Quizá esas sensaciones humanas sobre el tiempo se deban al egocentrismo de nuestra especie, que pretende medir todo con, la mayoría de las veces, una vara muy corta en relación a lo insignificantes que podemos ser/parecer frente al universo.
También cabe la posibilidad de que el tiempo sea solo una invención de los hombres, que no exista en realidad. ¿Pero importa este detalle? Lo cierto es que, de momento, nos guste o no y en lo que respecta a nosotros, habitamos un lugar al que llamamos Tierra donde lo que definimos como tiempo parece moverse en una sola dirección y que, a medida que pasa, inexorablemente, envejecemos.
Y, por esa manía de catalogar todo a nuestro gusto y placer, y en base al movimiento del planeta alrededor de su eje y del sol, inventamos los relojes, los calendarios, los cumpleaños, las fechas patrias, los "días de"… (complétese a gusto y placer).
Sin embargo, más allá del tiempo y su transcurrir, la humanidad en su totalidad, o parte de ella, se ve sumida en ciclos que la marcan. Y esos ciclos generales se pueden entrelazar con ciclos particulares, de acuerdo al momento que le esté tocando atravesar a cada uno.
Ahora creo que la humanidad toda está viviendo un gran fin de ciclo luego de la pandemia de coronavirus que todavía no sabemos si quedó atrás. Y que aún no nos estamos dando cuenta de este cierre de época; de que ya nada va a volver a ser lo mismo aunque insistamos en hacer como que sí. Y siento que corremos el serio riesgo de quedar atrapados en este limbo horrible en el que andamos chapoteando y que no vamos a encontrar fácilmente el camino a un nuevo ciclo.
Porque es como si con la pandemia ─casualidad o no─ se hubieran acelerado cuestiones que ya se venían esbozando con mayor o menor grado de virulencia: las consecuencias atroces del cambio climático, la radicalización de las derechas (con el consabido riesgo de hacer trizas el contrato que creíamos que decía eso de que la democracia es la mejor opción que supimos conseguir pese a sus imperfecciones), las guerras que siguen desatándose y la amenaza de que el tenue “orden mundial” se puede desvanecer en cualquier momento y que vuele todo por los aires, con nosotros incluidos, por supuesto.
“Es el capitalismo salvaje, estúpida”, me digo. “Más salvaje que nunca”, me repito.
Este sistema insostenible está generando, a pasos agigantados, humanos cada vez más frágiles, más fragmentados, más insatisfechos, más aislados, más indiferentes a sus pares y a su entorno, sin capacidad de reacción.
Seres subsumidos en mundos virtuales que, cuando se enfrentan al mundo real, parecen creer que la realidad es igual que la ficción en la que se mueven a través de teléfonos celulares y dispositivos electrónicos afines.
Seres sin empatía que no registran al otro, al punto de pasar al lado de un individuo caído y dejar que se quede tirado allí hasta que muera de frío en una helada calle parisina o de cualquier otro lugar.
Seres que descargan su violencia a los golpes y matan sin culpa.
Seres que se mueren por sacarse una selfie en un escenario riesgoso o por cumplir un desafío viral, como si morir fuera parte de un juego de internet y que se puede volver a comenzar si se pierde.
Entonces, es como que la muerte y la vida se desdibujan y todo se distorsiona. Pero es hora de que se advierta que de este lado del espejo no existe la opción resetear. Que la mayoría de las veces no hay otra oportunidad en la vida real.
La pandemia sacó también a la luz, como nunca, lo intolerante y flojita que se está volviendo una porción considerable de esta sociedad mundial que no se banca nada. Ni los cuestionamientos ni las cuarentenas, aunque esté en riesgo la supervivencia misma, y se la pasa “cancelando” gente basándose vaya a saber en qué parámetros.
Seres frívolos, que priorizan la imagen por sobre la esencia, la forma sobra el fondo.
Seres aislados e incapaces de construir colectivamente, que es la única forma válida de construcción.
Qué presa fácil estamos siendo...
Es el capitalismo salvaje. Insisto.
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Los que tenemos varias décadas encima no pudimos dejar de ver que 2022 fue particularmente intenso en esto de marcar cierres de ciclos. Por ejemplo, la seguidilla de muertes de personas que, nos gusten o no, signaron la historia o dejaron su huella en distintas disciplinas durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va de este XXI: la reina Isabel II, el Papa emérito Benedicto XVI, Hebe de Bonafini, Pelé, Pablo Milanés y, en términos más locales, Lidia Satragno (Pinky), que marcó todo un estilo y una época de la televisión argenta desde sus inicios. Pero bueno, 2022 fue también romper una racha de 36 años y ganar la tercera copa en el Mundial de Fútbol disputado en Qatar. Una forma mucho más estimulante de cerrar ciclos, por cierto.
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En lo particular, a mí se me cerró el ciclo de tener una madre. Aunque hacía rato que la venía despidiendo porque el achaque de los años le estaba dando duro y parejo en su cuerpo y en su cerebro.
2022 también significó la pérdida de Jesús Quintero, el periodista español que nos deslumbró a muchos de los que nos iniciamos en el oficio allá por fines de los ‘80/principios de los ‘90, con sus preguntas incisivas y sus silencios inquietantes.
Y también fue el año en que Serrat, el querido Nano, decidió despedirse de los escenarios. Y jamás pensé que me iba a mover tanto la estantería tomar conciencia de que era la última vez que estaba asistiendo a ese ritual pagano entre el artista y su público. Y cada vez que lo pienso me vuelve a embargar la nostalgia y se me llenan los ojos de lágrimas. Porque resultó para mí el ejemplo más gráfico, palpable y doloroso de lo que fue y ya no será…
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Qué nos deparará el tiempo en su devenir. Pinta fea la cosa, ya dije. Pero, como optimista empedernida, pienso que más temprano que tarde se dará vuelta la taba. Como en todo fin de ciclo flota esa sensación de que algo no termina de morir y algo no termina de nacer. Y el riesgo de quedarnos perdidos en el limbo está latente, también dije. Mientras tanto, y como canta el Nano, nos queda seguir caminando hacia el horizonte y soñar con encaramarnos a sus amplios miradores. Y ojalá podamos anunciar que son tiempos mejores los que vienen.
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