“Nunca mascota” y el tiro por la culata

 

"Yo no soy mascota ni nunca voy a ser mascota del poder”, señaló en diciembre de 2022 la por entonces vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

La afirmación, acompañada de la decisión de no presentarse como candidata en las elecciones de 2023, fue realizada en el marco de su rechazo a la condena a seis años de prisión en la llamada Causa Vialidad, y luego reiterada en otras oportunidades.

Esa sentencia de los jueces Jorge Gorini, Rodrigo Giménez Uriburu y Andrés Basso, integrantes del Tribunal Oral Federal 2, es la que confirmó la Corte Suprema y la tiene hoy cumpliendo arresto domiciliario a la dos veces presidenta de Argentina.

Lo cierto es que la ya famosa frase mascota del poder nunca debe estar atragantada en la cabeza de muchos que forman parte del denominado poder real y de sus mandados.

Y es que, más allá de que a CFK no le perdonan que haya repartido un poquito más la torta, haciéndoles creer a muchos que tenían derecho a demasiadas cosas, tienen algo con Cristina que va más allá del odio a las banderas del peronismo.

Hay algo en ella que los perturba profundamente. Y eso se redobla por el hecho de que es mujer. Mujer fuerte, inteligente, bien plantada.

Y eso es también lo que los hace equivocar. Porque saben que, en el fondo, hagan lo que hagan, nunca la van a doblegar, controlar, manipular. Cristina les hace sentir lo miserables que son.

Hay mucho de machismo mal herido que no consigue soportar a una mujer que los interpela constantemente y pone en evidencia lo que CFK suele definir como “la verdad de la milanesa”.

Pasó lo mismo con Evita. La odiaron en vida. Festejaron su enfermedad. Ultrajaron su cadáver. Y no pudieron con ella ni aún muerta. Igual insisten.

A Cristina quisieron hasta matarla. Esa bala que no salió el 1 de septiembre de 2022 precedió al fallo que sí iba a salir, como bien predijo “el gran diario argentino”, en una muestra más del “periodismo de anticipación” al que no tienen acostumbrados los grandes medios.

Entonces la condenaron en una causa plagada de arbitrariedades. Y tampoco lograron siquiera desdibujarla. Los que la odian por conveniencia, convicción o desinformación, encontraron más justificación para su odio. Y en los que la aman y reconocen que su gobierno les cambió la vida para bien, se alimentó más el sentimiento de amor, agradecimiento y el deseo de acompañarla.

Por eso el ensañamiento. Tobillera, lista de visitas y el sueño húmedo de querer hacerle pisar el palito para que termine encerrada y con grilletes en una oscura celda de castigo del fin del mundo y sujeta a disposiciones legales que solo rigen para ella.

Pero no, no, no, no. No terminan de entender que Cristina siempre está muchos pasos más allá que la mayoría. Que si no quieren balcón de San José 1111, hay Parque Lezama. Y que, aunque no esté de cuerpo presente en la Plaza de Mayo, o en cualquier otra tribuna, su sola voz logra captar la atención de miles. Que cuanto más pretendan sacarla de la cancha, más centralidad ella consigue. Que, en vez de debilitarla, la fortalecen aún más.

Es como que les salió el tiro por la culata.

Ahora falta que el pueblo, ese que sufre las políticas crueles e irresponsables que ejecuta el gobierno de Milei, vuelva a empoderarse. Que los políticos estén a la altura de las circunstancias. Al menos los que se nuclearon en el Frente de Todos y sus alrededores. Y que se rompa esa abulia que se refleja en la escasa participación en las elecciones que se vienen realizando.

No va a ser fácil. Tampoco imposible. Pero esa es otra parte de la historia.

En estos días en que la esperanza de que todo siga en disputa debería estar más viva que nunca, no dejó de venir a mi memoria una escena de una película de María Luisa Bemberg de 1982.

En ella, una mujer que estaba reconstruyéndose luego de separarse de su marido, responde, ante una pregunta muy acorde a los tiempos machistas que corrían: “Señora de nadie”. Ese era el título de la película. Y toda una declaración de principios.

Entre ese “señora de nadie” y “mascota del poder nunca” no puedo dejar de ver un hilo conductor que nos lleva ‒con avances y retrocesos‒ a las oportunidades que tuvimos para crecer como individuos y como sociedad desde la vuelta de la democracia. Ojalá no perdamos ese hilo de empoderamiento. Porque si es muy triste ser mascota del poder, peor es ser un idiota útil.

Comentarios

Seguir por Twitter

Seguir por Facebook

Entradas más populares de este blog

S/T

Una vueltita más con Silvio