Sobre Penélope y sus amigos

El último tren de la noche se aleja del pueblo y deja una estela de humo como señal de despedida.

Sentada en el último banco del andén desierto se dibuja -entre penumbras- la imagen de Penélope.

De pronto, por la estación, empieza a corporizarse la figura de un hombre, un viejo vagabundo de ojos tristes que se acerca a ella. Todos lo conocen como Matías.

Al verlo, Penélope se pone de pie. Juntos caminan por una calle oscura hasta el cabaret que está en la bajada. Entran y se sientan en la mesa más escondida.

El hombre del piano está tocando una antigua melodía. Las manos le tiemblan. El ambiente apesta a humo y a alcohol.

En el reloj dan las doce. Es el momento en el que Rita se desnuda, como desde hace mil años, ante la mirada oscura de los parroquianos.

Bien entrada la madrugada, los cuatro salen del viejo cabaret. En la esquina los espera el hombre del traje gris que mira, como de costumbre, un sucio calendario.

Ahora son cinco las imágenes que se pierden por una calle solitaria.

Nunca hablan entre ellos, pero dicen en el pueblo que son amigos desde siempre.


Nota: Este texto lo escribí hace 30 años. Me reencontré con él  hace unos días, revolviendo papeles. Puede sonar un poco cursi, pero qué importa. Es un sincero homenaje a los personajes que habitan las canciones, nos acompañan desde casi siempre y nos hacen un poco más bella la vida.


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