Los estancados


Existen desde que el mundo es mundo y se manifiestan en todos los órdenes de la vida. Pero joden más cuando vuelcan su podredumbre de forma pública.

Aquí los conocimos en su máximo esplendor cuando escribieron en las paredes “Viva el cáncer”.

Pero ahora, desde que internet y las redes permiten esa comunicación multitudinaria e instantánea, están en su salsa y vomitan un odio a carradas, que puede replicarse hasta el infinito.

Empezaron a volverse particularmente virulentos durante el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Siguieron atacándola a ella y a todo lo que les oliera a populismo cuando los cambiemitas llegaron al gobierno. Y ahora que se sienten de nuevo en el “llano” recrudecen en su veneno.

Se creen iluminados, inteligentes, elegidos, superiores. Insultan, desprecian, agreden y denigran a todos aquellos que no consideran a su altura.

Y piensan que están en su derecho de decir cualquier barrabasada de los otros pero que los otros no pueden osar decir nada en contra de ellos.

La verdad es que muchos suelen ser unos idiotas útiles usados por aquellos a los que les conviene azuzar el odio y la división. Y para lograr esos objetivos los proveen a diario de más y más combustible para mantener vivo ese veneno.

Son seres pequeños, egoístas, incapaces de empatizar con el otro y que miden a los demás con su minúscula vara.

Unos pobres individuos estancados en su propia mierda. Empantanados en su veneno. No existen sin el otro en el que depositan su odio. Es probable que nunca puedan ser realmente felices, porque parecen incapaces de construir por la positiva.

Da vergüenza ajena y hasta lástima verlos suspendidos, detenidos, paralizados, inmovilizados eternamente en ese tiempo y espacio donde retroalimentan su odio.

Es patético como deambulan con los ojos desorbitados, los rostros desencajados, escupiendo su ponzoña mientras marchan en contra, nunca a favor.

Somos muchos los que los aguantamos estoicamente durante todo este tiempo. Y los seguiremos aguantando. No vale la pena detenerse demasiado en ellos ni enroscarse en sus miserias. Aunque tampoco hay que descuidarse y minimizar su capacidad de daño.

Lo importante es que en estos cuatro años de plan sistemático de saqueo y destrucción, con odiadores incluidos trabajando a full, no perdimos la alegría y mucho menos las ganas de juntarnos en un proyecto que nos incluya a todos.

Los festejos del 27 de octubre, ganando las calles de todo el país luego de conocido el resultado de las elecciones, fueron un desahogo colectivo después de tanto desquicio neoliberal.

Algunos prefirieron seguir vomitando odio desde sus covachas. Están en su derecho. Pero también están invitados a probar, aunque sea un poco, qué se siente de este lado de la vida.

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