Golpe



Dicen que nunca hay que dar nada por sentado. Pero la verdad es que es difícil de digerir que en Latinoamérica vuelvan a imponerse a sangre y fuego los que no saben / no pueden / no quieren llegar por las urnas a gobernar un país y que encima le hacen el trabajo sucio a los intereses foráneos de siempre.

Parece que nos habíamos mal acostumbrado, nomás, a vivir en democracia, el menos malo de los sistemas que conozco. Pero el golpe de estado en Bolivia fue una estocada al alma que nos va a dejar una herida difícil de cicatrizar.

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Viví bajo dictadura cívico-militar entre los 7 y los 14 años. Poco entendía lo que pasaba y nadie me explicaba demasiado. Pero percibía atisbos de que las cosas no eran del todo normales.

Una vez escuché como al pasar que unos amigos le decían en voz baja a mi madre que a no se quién se lo habían llevado. Le pedí precisiones pero no me respondió nada que saciara mi curiosidad.

Y en la escuela primaria tuve como directora a un ser duro al que todos los alumnos temíamos y que cada tanto nos arengaba en el patio. Mientras estábamos formados prolijamente en filas nos decía que debíamos cuidarnos de los subversivos que mataban chicos. Muy didáctica la hija de remil putas. Se llamaba Elsa y se comentaba que era masserista, adjetivación que no significaba nada en particular para mi por esas épocas. Solo espero que la vida le haya deparado lo que se merecía.

Por otra parte, odiaba profundamente a ese señor flaco y de bigotes, con traje de militar, que cada dos por tres interrumpía mi programa favorito (La Pantera Rosa), para hablar por algo que denominaban cadena nacional. “Otra vez cadena”, solía rezongar. ¿Lo mismo habrán sentido los que odiaban a Cristina por esas prácticas?

Ironías del destino, a Videla lo apodaron Pantera Rosa por su aspecto alargado que recordaba al popular dibujo animado de aquellas épocas.

Después vino la recuperación democrática en la región, con todas las dificultades y particularidades que, de momento, no vale la pena recordar. Pero ahora, los mismos de siempre parecen querer cobrarse con creces el atrevimiento de esa década en sintonía que vivió buena parte de Latinoamérica hasta no hace mucho.

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En todo este tiempo jamás compré el modelo chileno que nos querían vender y era obvio que, en el país trasandino, la tradición represiva jamás se rompió pese al retorno a la democracia.

Por eso, cuando en los comienzos de la gestión cambiemita reprimieron con carros hidrantes y balas de goma a los trabajadores de Cresta Roja, se me hizo un nudo en la garganta y otro más grande en el estómago. “Nosotros no somos Chile, la reputa madre. No somos Chile”, dije entre lágrimas.

Pero la represión desatada en ese país ante la reacción por los 30 pesos / 30 años no tuvo parangón con lo ocurrida en todos estos años luego de que los chilenos comenzaran a vivir, a su manera, en democracia.

Fue como si de repente, en cámara rápida y reversa, nos transportáramos al 11 de septiembre de 1973, al comienzo de esa noche oscura para Chile.

Y ahora, si bien estábamos celebrando esa leve brisa de progresismo que comenzaba a soplar de nuevo en la región con el triunfo del Frente de Todos, la alianza con el México lindo y querido de AMLO, pasando por el orgullo del estado plurinacional de Bolivia, el surgimiento del Grupo de Puebla, la liberación de Lula y los pueblos que decían basta al neoliberalismo en varios países, las respuestas excesivamente represivas empezaron a prender los botones de alerta.

Entonces, mientras festejábamos a Lula Libre, casi sin verlo venir, se desmadró todo en Bolivia. Chau golpes blandos, lawfere y todas esas maneras de limitar libertades y democracias del siglo XXI. De un plumazo volvimos a las formas más feroces de interrupción del orden constitucional de un país, algo que yo no vivía de cerca desde mi niñez.

Así, todas las certezas parecieron desmoronarse como un castillo de naipes. Y ver a esa horda de energúmenos saliendo de cacería en Bolivia me llevó más al medioevo que a la segunda mitad del siglo pasado.

De todas formas sabemos que no está todo dicho. Ese imprescindible de Álvaro García Linera explicó muy bien cómo es eso de la historia y sus vaivenes. El problema es que estas idas y vueltas cuestan vidas. Y que los muertos caen siempre del mismo lado.

Y si bien está más que claro que EE.UU. volvió a mirar -y no solo a mirar- a su patio trasero, también está más que claro que todo sigue en disputa. Pero duele, vaya si duele este mientras tanto.


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