Días extraños


Escribo estas palabras con la casi certeza de que, en apenas segundos, pueden perder ya todo su sentido.

Como en aquella olvidada película de Kathryn Bigelow, protagonizada por el gran Ralph Fiennes, estamos atravesando días extraños. Tan extraños que, por primera vez en cuarenta y cuatro años, lxs argentinxs no pudimos marchar el 24 de marzo, en el día de la Memoria.

Días en los que parece hacerse realidad el sueño húmedo de lxs que anhelan sociedades controladas, quietitas en casa y sin chistar demasiado.

Días en los que algunxs creen ver cumplido el objetivo de librarse de una buena cantidad de viejos que amenazaban con vivir cada vez más y a los que, encima, había que seguir pagándoles la jubilación. Y sí, todo indica que el COVID-19 es una herramienta ideal para la guerra del cerdo.

También deben estar festejando, íntimamente, los que hasta no hace mucho tiempo querían convencernos de las bondades de aprender a vivir en la incertidumbre.

Pero para la mayoría, estos días son una pesadilla en la que de repente y sin aviso nos vimos atrapados, como si fuéramos los actores de reparto -o lo que es peor, los extras- de una mala película catástrofe. Sin embargo es la realidad, una realidad nunca vivida en más de 100 años a nivel mundial. Y lo nuevo asusta, altera, angustia y pone a prueba nuestra capacidad de adaptación.

Además, son días en los que todo parece estar en pausa. No obstante, aunque ya no sean noticia, porque el COVID-19 copa todo, en medio del aislamiento impuesto para frenar la propagación del virus, siguen la violencia familiar, los femicidios, los abortos hechos en condiciones deplorables, los abusos de menores, la miseria, el hambre... En definitiva, sigue todo lo malo pero también todo lo bueno que ronda en torno a la condición humana. Y es que, en situaciones extremas, suele exacerbarse lo peor pero también lo mejor de nosotrxs.

Son días, asimismo, en que, de acuerdo a las energías del calendario maya, lo extraordinario se puede tornar -de repente- normal, cotidiano. Creé o reventá, como dicen.

No es que los adivinos, astrólogos y tarotistas pronosticaran la pandemia. Sí vieron señales de que este 2020 se las traía y las leyeron de distintas formas, percibiendo más las consecuencias que las causas: crisis económicas sin precedentes donde o se cambian las reglas o se cae todo, la necesidad de buscar otras formas de encarar soluciones para los países porque lo viejo ya no va a servir. Y hasta un mayor flujo de dinero insuflado en la Argentina en marzo. (Vaya manera de predecir un estado presente tratando de atajar los daños colaterales de la cuarentena).

Aunque, en épocas en las que, por orden del dios mercado, se hizo caso omiso a las advertencias de analistas y especialistas críticos de esta realidad que atravesaba el mundo a nivel económico y social y sobre lo que podía provocar la tremenda devastación ejercida sobre los recursos naturales, mucho menos se iban a tomar en cuenta los avisos de gente que utiliza métodos más alternativos para entender el mundo.

De todas formas, provenga de la disciplina que provenga, creo que nadie vio en concreto la posibilidad de una pandemia como la que estamos padeciendo. Aunque, si lo pensamos bien, era más que obvio que podía suceder más temprano que tarde. Se estaba tirando demasiado de la soga. Y se rompió.

Hoy ya ni vale pensar en teorías conspirativas o en virus inventados o perfeccionados en laboratorios y luego sembrados. Tampoco sirve echar culpas, aunque cada tanto me vuelve el pensamiento de cómo a los chinos -si es que las cosas empezaron en Wuhan- tan previsores en todo y tan metódicos ellos, se les volvió a escapar la tortuga con sus, por lo menos, cuestionados mercados saturados de todo tipo de animales esperando la muerte en condiciones deplorables.

En fin, la respuesta definitiva sobre cómo se originó este coronavirus la sabremos más adelante. Porque vamos a vivir para contarla, una vez más. Ahora el desafío es reinventarnos para sobrevivir y seguir. Es ley natural.

Pero este virus se me antoja tan perversamente inteligente en sus movimientos que parece haber aprendido de los humanos.

No digo que sea una venganza tipo bíblica. Pero, de momento, es como si estuviera haciendo un recorrido “planificado” para cargarse a lo más jodido de este mundo. El tema es los muertos que va dejando en el camino. Siempre ese es el tema. Es que, si bien se inició en China, su objetivo parecía ser Europa, para así expandirse al resto de Occidente. Y la envejecida y rica Italia del norte fue su llave de entrada, por la gran cantidad de chinos que viven, trabajan y hacen negocios allí. Muchos -incluso- realizan tareas, como el resto de los inmigrantes residentes en ese país, que ya no quieren hacer los italianos.

Párrafo aparte: algunos años más adelante, cuando recordemos la pandemia de COVID-19 como hoy se habla de la peste negra o de la gripe española, el mundo ya no será el mismo, obviamente. Italia -si siguen existiendo países tal como los entendemos hoy- tendrá otra fisonomía. Quizá la mayoría de los “italianos” de ese entonces tengan ojos rasgados o hablen rumano o recen diariamente el Corán.

En fin, es como que el coronavirus hubiera venido a cargarse al neoliberalismo global y a pegar en sus centros de poder o donde más grotescamente se manifiesta. O, al menos, vino a advertir que si el mundo sigue por ese camino no habrá futuro para la especie humana.

Ojalá aprendamos todxs. Porque más allá de órdenes mundiales, en cada lugar del planeta hay personas que dan vergüenza ajena por su egoísmo, ombliguismo, individualismo, clasismo y prepotencia.  Y más clara y explícitamente que nunca son el ejemplo de lo que no debe ser. De lo que está mal. De lo que no va más.

Acá tenemos la suerte, por llamarla de alguna manera, de poseer una pequeña brecha de tiempo para aprender de errores ajenos. Y, sobre todo, de contar con un gobierno que prioriza la vida por sobre la economía. Y con un estado magullado pero presente.

Ese, sin duda, es el modo si queremos salir de esta encerrona en la que nos puso un sistema global hipócrita y envilecido y del que el coronavirus parece ser un emergente para hacernos despertar, para darnos una nueva oportunidad, quizá la última, de entender que la solución es con todxs adentro. Y debemos comprender, por sobre todas las cosas, que de este laberinto escapamos solo si de una puta vez empezamos a respetar a la naturaleza y dejamos de avasallar al planeta.

Por otro parte, la especie humana tiene una historia de resistencia y de persistencia que no va ser fácil de torcer por más frágiles que el universo nos demuestra que somos las personas cada vez que tiene la oportunidad.

Y ojalá Argentina vuelva a ser ejemplo de lo que debe ser. Como lo fue con el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad. Como lo fue y lo es marcando el camino en la ampliación de todo tipo de derechos.

De nosotrxs depende.

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