A 90 días
Cada
discurso de Alberto, acompañado de sus acciones y decisiones, parece
devolvernos a una normalidad. Volvimos a ser un país. (Porque la
verdad es que me cuesta definir lo que fue Argentina en ese oscuro
tiempo cambiemita de saqueo y destrucción sistemática).
De
todos formas, esto no quita que seguimos habitando una verdadera
tierra arrasada. Lo que dejó esta última etapa neoliberal parece no
tener parangón con otras devastaciones.
Continuamente salen a la luz los desaguisados/negociados/barbaridades de
Macri y su pandilla. Algunas cosas las sabíamos, otras las
intuíamos. Pero todas son una demostración de lo obsceno y hasta
pornográfico que puede ser el neoliberalismo: familias enteras
dejadas a la buena de dios, malversaciones en la obra pública, el
aquelarre mediático/judicial/servicios al -valga la redundancia-
servicio del poder para perseguir y silenciar, la violencia que puede
desatar el culto a la meritocracia, la represión, el hambre…
Sin
embargo, siempre hay un hecho que nos provoca más asco moral que el
resto. Por ejemplo, de los años del menemato, la voladura de la Fábrica Militar de Río Tercero para
encubrir el contrabando de armas a Ecuador y Croacia me pareció el
acto más impúdico. Y puedo equipararlo con el incendio intencional
de Iron Mountain en 2014, con Macri aún como jefe de Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires.
Pero,
de este último período, para mi se lleva las palmas el abandono de
trailers sanitarios y los medicamentos y las vacunas que no entregaron y dejaron vencer. ¿Se
puede ser más hijos de puta? (Seguramente sí. Y ya nos iremos
enterando).
Y en
estos 90 días de gobierno del Frente de Todxs, tal como suponíamos,
no hubo tregua. Pero no la hay desde hace rato. Nunca la hubo, en
realidad, desde que se dieron cuenta de que el peronismo había
vuelto en serio al gobierno de Argentina a comienzos de este siglo.
Desde
entonces están de punta. Pero se repiten. Y todo parece indicar que
no es lo mismo que en las épocas más furibundas contra Cristina.
Igualmente no hay que descuidarse ni minimizar su capacidad de daño.
Los
sojeros privilegiados declararon un nuevo lockout con intenciones de
revivir aquellos días de la 125 pero, de momento, no se escucha ese
clamor popular -todavía no puedo creer cómo lograron construir ese
sentido- de “todos somos el campo” del 2008.
Los
que hasta hace apenas tres meses se supone que “gobernaron” el
país, continúan relatando la realidad como cuando eran “gobierno”
y siguen sin hacerse cargo de nada. Y critican, dicen cualquier cosa y
ponen palos en la rueda como si ellos no hubieran tenido nada que ver
con el desastre que dejaron. La caradurez de estos tipos es realmente
supina.
Pero
bueno, quedó más que claro que no era la yegua crispada con sus
patios militantes la culpable del desencuentro y de la grieta entre los
argentinos. Alberto no confronta y ellos están igual o más salvajes
aún.
Los
medios y las redes siguen siendo un lugar preferido para escupir
odio. Y si Pato Bullrich hubiera continuado como Ministra de Inseguridad
seguramente no habría lugar en las cárceles para alojar a todos los
que amenazan y dicen barbaridades del presidente por esa vía.
Y
así culmina este primer trimestre del Frente de Todxs en el
gobierno. Es obvio que están haciendo malabares para repartir lo
que no hay y negociando con muñeca fina para intentar zafar lo más
posible del endeudamiento cambiemita. Y encima el dengue, el
sarampión y el coronavirus. Pero también están las ganas de
ampliar derechos y de tratar de encausar el desastre del poder
judicial. Y escuchar a un presidente que dice claro y sencillo que
las mujeres tienen derecho a decidir libremente sobre su cuerpo es un
tremendo regalo al alma.
Alberto
no es Cristina. Por suerte. Sería patético si lo fuera. Tampoco es
su títere. Es otra persona y es otro tiempo. Y esto va, sobre todo,
para los puristas de adentro que se quejan porque las cosas no son
como ellos se creían que iban a ser o no van tan rápido como se
pretendía y encima ven traiciones por todos lados.
Y,
parafraseando al gran Marcelo Figueras cuando reclama no usar los
hashtags del adversario en las redes, no utilicemos las palabras de ellos
para definir al gobierno. Entonces, el de Alberto no es un gobierno
populista. Es un gobierno nacional y popular que busca abrirse camino
es un mundo cada vez más hostil.
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