Elogio de Rodríguez



Entre las muchas cosas que debo agradecerle a la vida, parafraseando a Violeta Parra, una es ser contemporánea de Silvio Rodríguez, ese trovador inmenso.

Lo vengo escuchando desde hace más de 35 años y no deja de sorprenderme. Comenzamos un día, allá por los '80, cuando yo tenía 16 y él se acercaba a los 40. Y digo comenzamos porque unx entabla relaciones muy personales con los artistas que elige disfrutar, es como que los incorpora a su familia del alma.

Desde entonces, atesoro todos sus discos y acudí a la mayor parte de los conciertos que dio por Buenos Aires y alrededores. Pero, a la hora de destacar lo que mi memoria emocional guarda con más esmero, me remito a ese Luna Park del 1 noviembre de 1986. Era un día lluvioso, ventoso, destemplado. Fui al primero de los dos shows que tenía programados el cubano para ese sábado. Y, en el momento de los bises, pese a los varios amagues del trovador para terminar su actuación, los allí presentes no nos queríamos ir. Insistíamos con “una más” y revoleábamos los paraguas. Entonces, Silvio salió al escenario por enésima vez y dijo: “Tienen razón. Ustedes están más cansados”. Tomó su guitarra y nos empezó a contar y a cantar la historia de su niñez en San Antonio de los Baños, cuando era un guajirito.

También recuerdo especialmente el show brindado en la cancha de Ferro en 2011. Otro noviembre, esta vez 18 y viernes, y en pleno fervor militante de los jóvenes de cuerpo y también de los de espíritu. Desde las tribunas, lxs compañeros K le disputaban hegemonía a aquellxs más identificadxs con partidos de izquierda; y llevaban las de ganar. Por eso, cuando Víctor Heredia -uno de los invitados de esa noche- terminó de entonar, junto con el cubano, su mítico Todavía Cantamos, buena parte de los asistentes completó a voz en cuello la estrofa que faltaba: “Somos de la gloriosa juventud peronista. / Somos los herederos de Perón y de Evita (...)”.

Ese recital fue mágico. Silvio estuvo tocado por la gracia. Cantó, cantó y cantó como nunca. Salimos todxs como embelesadxs luego de más de tres horas de música y poesía. Y la verdad es que nos hubiéramos quedado para siempre en ese oasis de belleza infinita.


Aunque, si tengo que elegir, creo que el show gratuito que brindó en las calles de Avellaneda en 2018 se lleva las palmas. Ese domingo 28 de octubre se juntaron la bronca creciente contra los desaguisados de la gerencia macrista, la lucha persistente por la legalización del aborto y, por sobre todo, las ganas de disfrutar de un artista generoso que hizo el más masivo de sus conciertos en los barrios. Esta vez no en La Habana, sino en el Conurbano Sur de Argentina. Pura emoción.

Desde entonces, no ha vuelto por estos pagos. Pero lo seguimos aguardando para cuando podamos recuperar aunque sea un poquito de lo que era normal hasta no hace mucho. Ojalá los virus nos permitan otro encuentro en vivo con quien, en este 2020 pandemioso, nos regaló un espléndido disco como es Para la espera.

Pero es justo decir que cualquiera de sus registros discográficos es inoxidable. Siempre descubro cosas nuevas en cada uno de ellos; la magia sigue intacta. Y vuelvo a maravillarme y a conmoverme con su talento como poeta, como músico y como intérprete en distintos momentos de su carrera.

Este 2020 también es de aniversarios redondos: 45 años de Días y Flores, 40 de Rabo de Nube, 10 de Segunda Cita, 5 de Amoríos.

Lúcido como pocos, no solo cuando canta sino también cuando se manifiesta en prosa y reflexiona sobre el arte, el devenir de este mundo y la realidad que nos toca, recientemente Silvio nos sorprendió también desde el documental Mi primera tarea, de la norteamericana Catherine Murphy. Allí relata su conmovedora experiencia como alfabetizador, cuando apenas tenía 14 años.

En definitiva, hay muchas cuestiones para hablar sobre este prodigioso cubano que se convirtió en la banda sonora y poética de gran cantidad de integrantes de varias generaciones. Por ejemplo, el erotismo sublime de algunas de sus canciones, que desmiente a un divertido sketch de Diego Capusotto y Pedro Saborido de aquí a la luna.

Podríamos mentar también al variopinto público del trovador. Están los que insisten en elaborar listas con los x mejores temas que ha compuesto. Tarea imposible si la hay. Pero se empeñan en acotarlo.

Están, además, aquellxs que nunca terminan de entenderlo. Estoy convencida de ello. Pero, al igual que lxs que tiempo atrás cargaban siempre a la vista un ejemplar de Rayuela, hay quienes creen que es correcto que les guste Silvio y reaccionan mecánicamente solo ante ciertas palabras clave que incluye en sus creaciones.

Y, si bien supongo que ya nadie se pregunta qué es el Unicornio, porque está claro que cada unx entiende las canciones como quiere y como puede, hay lxs que siguen confundiendo sus temas específicamente de amor romántico con canciones de decidido tono político y viceversa.

Sobre este cubano mágico se puede escribir largo y tendido si se quiere. No es la idea, al menos de momento. Siempre lo mejor es escucharlo. Porque, y de esto no me quedan dudas, la vida sería un poco menos bella si Silvio no la cantara.

Por eso, en este día feliz de finales de noviembre que está llegando, doy gracias a la vida otra vez porque en San Antonio de los Baños, Cuba, después de que una gran guerra terminó, nació este ser que vino a derramar tanta maravilla y hermosura en un planeta vapuleado y maltrecho.

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