Pérdidas y Permanencias
El ser humano es egocéntrico y arbitrario. Mide el paso del tiempo en función de su existencia. Pero el tiempo, si es que realmente existe, continúa a su antojo con su devenir, indiferente ante nuestra insistencia de ponerle mojones, marcas, sentidos.
Buena parte de los habitantes de este mundo, para ubicarnos cronológicamente hablando, transitamos el 2020. Para los chinos es el 4718. Los judíos están en el 5781, los musulmanes en el 1442 y en el 2563 los budistas.
Sin embargo, indistintamente del número por el que nos rijamos, decididamente la humanidad está atravesando un año de mierda. Pandemia, crisis económica, miserias que afloran más que nunca. En contraposición, podríamos decir: vacuna en tiempo récord, mentiras que se caen a pedazos, que todo sigue en disputa…
En estos últimos meses vivimos como en un limbo pandemioso donde todo pareció desdibujarse, hasta la muerte, que se anunciaba -y se sigue anunciando- con cifras escalofriantes cada día en listas numéricamente asépticas.
También es un año en el que las ceremonias humanas, incluidas las realizadas para despedir a los muertos, debieron regirse por estrictos protocolos. Era (incluso es) casi imposible despedirse de un familiar internado. Y las asistencias a los velorios y a los entierros debieron reducirse a su mínima expresión.
Así, en este 2020 –más allá de la causa de muerte– nos fuimos enterando de la partida de gente entrañable a la que no pudimos honrar, homenajear o simplemente llorar como se lo hubieran merecido: Aute, Fontova, Ernesto Cardenal, Tom Lupo, Juan Padrón, Sergio Denis, Manolo Juárez, Julio Maier, Quino, Sean Connery, Hugo Arana, Pino Solanas y tantxs otrxs con lxs que no quiero parecer injusta por no nombrarlxs.
Y entonces, cuando con vacuna a la vista ya creíamos que este año de mierda no nos iba a joder más, con un puñetazo a traición nos dejó grogui arrebatándonos al Diego. La reputa madre que te parió 2020.
Toda pérdida debería tener como contrapartida la permanencia. No sucede siempre. Eduardo Galeano, al que sigo extrañando, contaba que los humanos somos como fueguitos que ardemos de distinta manera. Cuando murió Néstor Kirchner dijo que su fuego iba a ser difícil de apagar. Y es así nomás. Los pueblos lloran y recuerdan a los que no los traicionan. A los que siempre eligen jugar de su lado.
Maradona, con sus contradicciones a cuestas -amplificadas hasta el hartazgo- siempre le puso el pecho a la vida y eso lo hizo grande, inmenso, inconmensurable. Su muerte no lo volvió eterno, porque ya lo era. Pero se lo va a extrañar.
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