De actores y personajes


No voy a ser original si digo que hay actores que nacieron para interpretar a determinados personajes. Solemos verificarlo al no poder imaginarnos a ese personaje con una imagen e impronta distinta a la que le impone el actor en cuestión.

Ejemplos hay muchos pero creo que uno de los más palpables es el de Aragorn/Viggo Mortensen. Por lo menos a mi me resulta imposible visualizar a la criatura de Tolkien de una manera distinta. Y eso que el famoso hincha de San Lorenzo no había sido la primera opción del director para dar vida a Aragorn. Menos mal que Peter Jackson se dio cuenta a tiempo.

También por la contraria diría que hay actores que no dan en la tecla o no están a la altura del personaje que les ha tocado interpretar.

Es el caso de Leonardo DiCaprio en Pandillas de Nueva York. La película de Martin Scorsese podría haber rozado la perfección si Amsterdam Vallon hubiera tenido otro intérprete.

Y es que Daniel Day-Lewis, inmenso en ese inconmensurable personaje que es Bill The Butcher, requería un oponente que pudiera darle la talla. El inglés ocupa toda la pantalla, avasalla, es sabido. Por eso se necesitaba un actor que lograra, al menos, intentar empardarlo. Leo no pudo.

Por tal motivo, no dejo de imaginarme lo que hubiera sido esa peli si el papel de DiCaprio hubiera caído en manos de Christian Bale. Quizá alguien se atreva a hacer el intento alguna vez, usufructuando los adelantos tecnológicos que se perfeccionan día a día y me de el gusto.

Pero bueno, el director se había enamorado de DiCaprio. E insistió con él en El aviador, un fracaso rotundo porque Leo tampoco dio en el clavo para interpretar al excéntrico millonario Howard Hugues. Ni siquiera la magnífica Cate Blanchett, en la piel de Katharine Hepburn, pudo salvar las papas.

También sucede que, a pesar de que nos encante cómo un actor encara un personaje, pensemos que otros hubieran podido ocupar su lugar y hacerlo igual de bien.

Por ejemplo, cuando Adolfo Aristarain filmó Un lugar en el mundo, se rumoreó que para el papel del geólogo Hans, que tan estupendamente bordó Pepe Sacristán, se habían barajado los nombres de Imanol Arias y de Eusebio Poncela. Y creo que ellos dos hubieran estado espléndidos también en ese personaje.

Poncela es un tema aparte. Su magnífica máscara hace muy difícil que queramos cambiarlo por alguien más. ¿Quién se puede imaginar otro Carlos Deza, el agudísimo y hasta, por momentos, desesperante protagonista de la insuperable miniserie española Los gozos y las sombras? Lo mismo cabría para su Ariel Kluge, de La Sonámbula; o su profesor de griego inmerso en la tragedia de Werther, según contó Pilar Miró. Tampoco puedo aceptar otro Pepe Carvalho que no sea él, pese a los otros grandes actores que se han metido en la piel del detective privado creado por Manuel Vázquez Montalbán.

Después están los personajes que reclaman a gritos que los interpreten determinados actores pero, por esas cuestiones de vaya a saber qué (falta de visión/de presupuesto/de ideas, etc., etc.), nunca llegan a hacerlo.

Desde que tengo uso de razón vengo viendo a actores argentinos que, en distintas épocas, les hubiera calzado como un guante interpretar a Ernesto Guevara.

El primero de ellos, Miguel Ángel Solá. Más acá en el tiempo, Pablo Echarri, que hubiera sido perfecto para un Guevara joven, antes de ser el Che. Y ahora, el único que sigue en carrera por cuestiones cronológicas es Marco Antonio Caponi. Así que productores y creativos argentinos, apúrense, o deberemos conformarnos con lo más cerca que pudo estar Caponi de Guevara: su más que interesante Rodrigo Cáceres, de La Leona.

O quizá quieran hacer, al igual que con la serie sobre Sandro, una historia con tres actores interpretando a un mismo personaje en distintas épocas. Claro que deberíamos crear la ucronía de un Che que no fue asesinado en Bolivia y cuenta su vida antes y después de que lo diéramos por fusilado…

También están los actores que, por una cuestión de escaso parecido físico, no se los ve -en principio- como los más destinados a interpretar determinados roles. Pero resulta que cuando entran en acción te convencen de que ese personaje es así como te lo cuentan ellos, que no podría ser de otra manera. Capos totales. Un ejemplo notable es el de Osmar Nuñez en Juan y Eva. A mi nadie me quita de la cabeza que Perón era tal como él lo interpretó en esa peli de Paula de Luque. Otro caso es el de, nombro una vez más, Caponi y Sandro. Criticado en un principio por su escasa similitud con el ídolo popular, terminó convenciendo a la gran mayoría de que Sandro era nomás como él decidió encararlo.

Perdón por la falta de nombres femeninos. No es discriminación. Pero estos son los ejemplos que me surgen. Sigo con otro punto, también copado por hombres: Al Pacino y Tim Roth. Yo me inclino a pensar que son un mismo actor desdoblado.


Y es que si en mi cabeza hago enroques veo a Roth magnífico como el Tony Montana de Scarface, el Sonny de Tarde de Perros, el gran Frank Serpico o el cocinero enamorado de Frankie y Johnny.

Por su parte, no puedo dejar de imaginar lo bien que hubiera calado Pacino en el policía infiltrado de Perros de la calle, en el seductor implacable de El marido perfecto, en el ladronzuelo que “platica” con su novia en un bar antes de intentar robarlo de Pulp Fiction o en el presidiario que se enamora de la dentista Julia Ormond en Prisioneros de la pasión. Y así podría seguir entrecruzando personajes y el resultado sería el mismo.

En fin, solo cuestiones arbitrarias y subjetivas que se le ocurren a una cinéfila amateur pero empedernida.

Todo este prolegómeno viene a raíz de ese gran personaje que es el Guasón o el Joker, interpretado por distintos actores a lo largo de los años.

Pero me detengo en los dos verdaderamente importantes: Heath Ledger en El caballero de la noche y Joaquin Phoenix en, precisamente, Guasón. Los dos ganaron el Oscar. El primero, póstumo y en la categoría actor de reparto aunque se robara la película y la atravesara por completo. El otro, como actor principal en la reciente edición de los famosos premios.

Lo cierto es que el Guasón de Ledger dejó con la boca abierta a medio mundo. La intensidad de su actuación es algo que realmente impresiona.

Entonces, por esas cuestiones humanas de etiquetar y catalogar, se sentenció que su interpretación del Joker era insuperable.

Pero no contaban con Joaquin Phoenix. Y su Guasón sí que se las trajo.

Así, algunxs empezaron las comparaciones sobre cuál era el mejor Joker/Guasón del cine.

Y saben qué. Los dos lo son. Es que, a pesar de estar basados en un mismo personaje, son imposibles de comparar. Son criaturas absolutamente distintas en universos diferentes que jamás podrían encontrarse, empezando por las fechas en la que cada director hace transcurrir sus historias (Christopher Nolan, ya bien entrado el siglo XXI; Todd Phillips en una Nueva York/Gótica de los ‘70 que remite a la ciudad reflejada por Scorsese en Taxi Driver).

En resumidas cuentas, el psicópata creado por Ledger poco tiene que ver con el enfermo mental abandonado por el sistema que compone Phoenix.

El personaje de Ledger no está loco. Parece más un superdotado que se pasó de rosca, asqueado del mundo en el que le tocó vivir. Tampoco lo considero un asesino, aunque técnicamente lo sea. Porque a su Guasón no le interesa matar. Mata con desdén si necesita hacerlo para cumplir sus objetivos.

Lo que le importa a este Joker es que afloren las contradicciones y miserias humanas. Interpela a una sociedad que se desbarranca. La pone en situaciones extremas para obligarla a quitarse las máscaras. Eso es lo que quiere de Batman, que muestre su rostro, que salga de la clandestinidad desde la que impone “justicia” a su modo.

Como dice Alfred, el fiel servidor de Bruce Wayne: “Hay hombres que no buscan nada lógico, como dinero… No puedes comprarlos, intimidarlos, hablarles o negociar con ellos. Algunos hombres solo quieren ver arder el mundo”.

Y sintetiza el Joker de Ledger: “Nadie se altera cuando va de acuerdo al plan, incluso si el plan es horripilante. Introduce algo de anarquía, altera el orden establecido y el mundo se volverá un caos”.

Arthur “Happy” Fleck, por su parte, es uno de los tantos parias al que el sistema de salud estatal deja de atender. Un día, ya sin medicación ni asistencia psicológica, descubre que las cosas pueden resultar de otro modo si mata. Y le toma el gusto. Y, sin buscarlo, se transforma en el fósforo que enciende la mecha de una situación que iba a explotar en cualquier momento porque los invisibles como él están hartos de ser siempre el pato de la boda.

“Qué obtienes cuando cruzas un enfermo mental solitario con una sociedad que lo abandona y lo trata como basura”, pregunta Arthur. Y también responde: “Obtienes lo que mereces”.

Los dos Guasones caminan por mundos paralelos en estas dos grandes películas. Pero el Guasón de Todd Phillips deberá evolucionar en sus propios carriles y ver si vuelve a cruzar su vida con la de Bruce Wayne. Y podría resultar interesante observar cómo deviene la cosa. Por lo pronto, en pequeños pantallazos, el director nos presentó a un Thomas Wayne (el padre asesinado de Batman) y a un Alfred mucho menos empáticos de lo que los conocimos hasta ahora.

Habrá que esperar para saber cómo nos seguirán sorprendiendo estas historias que el cine cada tanto recrea sobre dos grandes personajes que tienen origen en el cómic: el hombre murciélago y quien merece ser su mejor alter ego, el Joker/Guasón.

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