Pandemia / Pandemónium


A lo largo de la historia, la mayoría de las epidemias que se esparcieron por el mundo fueron por acción humana, ya sea por ignorancia y/o por prepotencia, que es uno de los grados más altos de la estupidez, estoy convencida.


Como ejemplo, la peste negra asoló la Europa medieval -en buena medida- por el temor que infundió la iglesia católica en la población hacia las brujas y hacia los que consideraba sus aliados infernales, los gatos, sobre todos los negros.

Por matar a los Felis Catus (y de paso a las brujas, es decir, a las mujeres) las ratas empezaron a reinar en el viejo continente y sembraron la muerte en millones.

Y la gripe, el sarampión y la viruela que los conquistadores trajeron consigo a América, sin que estos se lo propusieran, hicieron la mayor parte del trabajo sucio que los colonizadores vinieron a hacer y se cobraron la vida de infinidad de habitantes originarios carentes de defensas para esas enfermedades inexistentes hasta entonces por estos sitios.

Hoy vivimos días en los que se suceden postales que jamás habíamos logrado imaginar como reales. Quizá las habíamos visto en algunas películas que, por entonces, creímos de ciencia ficción o de cine catástrofe con tintes futuristas. Pero el futuro ya llegó.

Buena parte de la humanidad está en pausa, en cuarentena, guardada, embarbijada. Si queremos protegernos del COVID-19 debemos replegarnos en nuestras covachas, más o menos lujosas o más o menos miserables.

Las personas seguimos estando, pero no podemos mostrarnos en exceso ni juntarnos en demasía a riesgo de contagiarnos un virus que puede ser mortal. Estamos peleando con un enemigo invisible y, de momento, tenemos pocas armas para esquivarlo.

Y, entonces, todo se ve de otro modo, se percibe de otra manera.

Los ruidos provocados por los humanos ya no se oyen tanto pero empiezan a advertirse otros sonidos de la naturaleza. Y también se escucha el silencio. Unos y otro asustan a muchxs. Y lxs que por primera vez se toman el tiempo de mirar al cielo descubren cosas que les parecen inusuales y que seguramente no lo son.

Las grandes ciudades se han convertido en el sueño de todo fotógrafo amante de la arquitectura y otras creaciones humanas. Ya quisiera estar yo ahora en cualquiera de esos maravillosos lugares hoy desiertos y poder fotografiarlos con tranquilidad, con unción, en detalle y sin personas a la vista estropeando el encuadre. Pero no, nada es perfecto. Está el mejor escenario pero el fotógrafo no puede disfrutarlo, usufructuarlo.

Las cosas que antes eran normales ahora ya no lo son. Y no deja de ser interesante apreciar la capacidad de adaptación que tenemos a circunstancias nuevas. No hay con qué darle. La especie humana es superviviente por naturaleza.

Las ceremonias y celebraciones quedarán para otros momentos. Las misas multitudinarias en Plaza San Pedro ahora dieron paso a la soledad más absoluta. Y para las cuestiones más paganas no queda casi publicidad, ni siquiera de su merchandising.

Ya no es conveniente darse la mano, abrazarse, besarse, acariciarse y mucho menos juntarse a comer, a beber, a charlar y a festejar la vida con amigxs y otrxs seres queridos.

La marcha del 24 que no fue, los homenajes a Belgrano que no serán en la medida en que se lo merece… Los conciertos, las obras de teatro… el fútbol. Todo queda para otro momento.

Hasta el dólar, la inflación, el riesgo país y la renegociación de la deuda dejaron de ser preocupación para unxs cuantos que antes los tenían como temas prioritarios.

No se cómo seguirá el mundo después de que esto pase, si pasa, o si no pasa del todo. ¿Nada volverá a ser cómo antes pero quizá pretendamos actuar como que sí, como si esto que vivimos hubiera sido apenas una oscura pesadilla?

Solo sé que de todo debe sacarse una enseñanza. Ninguna experiencia, buena, regular o mala debe ser en vano.

Yo anhelo que, al menos, a la salida de esta encrucijada seamos un poquito mejores con nosotrxs mismos y con lxs demás. Pero me queda la duda de si esto no será para peor y que ganen la batalla lxs que nos quieren tener más amordazadxs y controladxs con la excusa de los virus o con cualquier otra que se inventen luego o en el mientras tanto.

Desde la trinchera de mi casa siento que las cosas van a ser más largas de lo que creímos y que se corre el riesgo de que muchxs pierdan la paciencia, sobre todo en sociedades donde sus líderes no están a la altura de las circunstancias. O también que, lxs que siempre joden, encuentren la veta y empiecen a esmerilar en los lugares donde se buscan soluciones más virtuosas para enfrentar a este enigma en forma de virus que no está del todo descifrado.

En fin, que corremos el riesgo de que esta Pandemia se transforme en un Pandemónium, ese lugar en el que hay mucho ruido y confusión, según define la Real Academia Española.

Esperemos que no, que prime la cordura, aunque va a costar en un mundo globalizado que, en nombre de la concentración del poder y la riqueza en manos de unos pocos, dejó a gran parte de sus ciudadanxs a la buena de dios, ese ser que nadie puede asegurar que exista y que -en caso de existir- se desconoce qué intenciones tiene, si es que tiene alguna.

Ojalá aquí, en este sur del sur, el 10 de diciembre podamos encontrarnos todos en la Plaza de Mayo y otras plazas del país para celebrar y agradecer.

Y ojalá que más temprano que tarde cada uno pueda hacer sus propios festejos y ceremonias particulares o colectivas en cada rincón de la Tierra.

Mientras tanto, demos gracias por el respiro que le estamos dando al planeta, que se está desintoxicando un poco de todas nuestras poluciones y contaminaciones y, sobre todo, de nuestras miserabilidades.

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