Pandemia / Pandemónium
A
lo largo de la historia, la mayoría de las epidemias que se esparcieron por el mundo fueron por acción humana, ya sea por
ignorancia y/o por prepotencia,
que es uno de los grados más altos de la estupidez, estoy
convencida.
Por matar a los Felis Catus (y de paso a las brujas, es decir, a las mujeres) las ratas empezaron a reinar en el viejo continente y sembraron la muerte en millones.
Y la
gripe, el sarampión
y la
viruela que los conquistadores
trajeron consigo a América, sin que estos se lo propusieran,
hicieron la mayor parte del trabajo sucio que los colonizadores
vinieron a hacer y se cobraron la vida de infinidad de habitantes
originarios carentes de defensas para esas enfermedades inexistentes
hasta entonces por estos sitios.
Hoy
vivimos días en los que se suceden postales que jamás habíamos
logrado imaginar como reales. Quizá las habíamos
visto en algunas
películas que, por entonces, creímos de ciencia ficción o de cine
catástrofe con tintes futuristas. Pero el futuro ya llegó.
Buena parte de la humanidad está en pausa, en cuarentena, guardada,
embarbijada. Si queremos protegernos del COVID-19 debemos replegarnos en nuestras
covachas, más o menos lujosas o más o menos miserables.
Las
personas seguimos estando, pero no podemos mostrarnos en exceso ni
juntarnos en demasía a riesgo de contagiarnos un virus que puede
ser mortal. Estamos peleando
con un enemigo invisible y, de momento, tenemos pocas armas
para esquivarlo.

Los ruidos provocados por los humanos ya no se oyen tanto pero empiezan a advertirse otros sonidos de la naturaleza. Y también se escucha el silencio. Unos y otro asustan a muchxs. Y lxs que por primera vez se toman el tiempo de mirar al cielo descubren cosas que les parecen inusuales y que seguramente no lo son.
Las
grandes ciudades se han convertido en el sueño de todo fotógrafo
amante de la arquitectura y otras creaciones humanas. Ya quisiera
estar yo ahora en cualquiera de esos maravillosos lugares hoy
desiertos y poder fotografiarlos con tranquilidad, con
unción, en detalle y sin personas a la vista estropeando el
encuadre. Pero no, nada
es perfecto. Está el mejor escenario
pero el fotógrafo no puede disfrutarlo, usufructuarlo.
Las
cosas que antes eran normales ahora ya no lo son. Y no deja de ser
interesante apreciar la capacidad de adaptación que tenemos a
circunstancias nuevas. No hay con qué darle. La especie humana es
superviviente por
naturaleza.
Las
ceremonias y
celebraciones quedarán para otros momentos. Las misas
multitudinarias en Plaza San Pedro ahora dieron paso a la soledad más
absoluta. Y para las cuestiones más paganas no queda casi publicidad, ni siquiera de su merchandising.
Ya
no es conveniente darse la mano, abrazarse, besarse, acariciarse y
mucho menos juntarse a comer, a beber, a charlar y a festejar la vida
con amigxs y otrxs seres queridos.
La
marcha del 24 que no fue, los homenajes a Belgrano que no serán en
la medida en que se lo merece… Los conciertos, las obras de teatro…
el fútbol. Todo queda para otro momento.
Hasta
el dólar, la inflación, el riesgo país y la renegociación de la deuda dejaron de ser
preocupación para unxs cuantos que antes los tenían como temas
prioritarios.
No
se cómo seguirá el mundo después de que esto pase, si pasa, o si
no pasa del todo. ¿Nada volverá a ser cómo antes pero quizá
pretendamos actuar como que sí, como si esto que vivimos hubiera
sido apenas una oscura pesadilla?
Solo
sé que de todo debe sacarse una enseñanza. Ninguna experiencia,
buena, regular o mala debe ser en vano.

Desde
la trinchera de mi casa siento que las cosas van a ser más largas de
lo que creímos y que se corre el riesgo de que muchxs pierdan la
paciencia, sobre todo en sociedades donde sus líderes no están a la
altura de las circunstancias. O también que, lxs que siempre
joden, encuentren la veta y empiecen a esmerilar en los lugares
donde se buscan soluciones más virtuosas para enfrentar a este
enigma en forma de virus
que no está del todo descifrado.
En
fin, que corremos el riesgo de que esta Pandemia se transforme en un
Pandemónium, ese lugar en el que hay mucho ruido y confusión, según
define la Real Academia Española.
Esperemos
que no, que prime la cordura, aunque va a costar en un mundo
globalizado que, en nombre de la concentración del poder y la
riqueza en manos de unos pocos, dejó a gran parte de sus ciudadanxs
a la buena de dios, ese ser que nadie puede asegurar que exista y
que -en caso de existir- se desconoce qué intenciones tiene, si es
que tiene alguna.
Ojalá
aquí, en este sur del sur, el 10 de diciembre podamos encontrarnos
todos en la Plaza de Mayo y otras plazas del país para celebrar y
agradecer.
Y ojalá que más temprano que tarde cada uno pueda hacer
sus propios festejos y ceremonias particulares o colectivas en cada
rincón de la Tierra.

Mientras
tanto, demos gracias por el respiro que le estamos dando al planeta,
que se está desintoxicando un poco de todas nuestras poluciones
y contaminaciones y, sobre todo, de nuestras miserabilidades.
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