Peronista



La primera vez que escuché el nombre del General fue el día que murió.
Me pareció extraño que mi mamá viniera a buscarme más temprano al jardín de infantes.
-¿Qué pasa? -le pregunté.
-Se murió Perón -me dijo.
-¿Y quién es Perón? -inquirí enseguida.
-El presidente -me respondió.

.......

Me tocó nacer en una familia decididamente gorila por esas cosas que resultan difíciles de explicar desde la lógica pero que, sin embargo, suceden. Y no exagero si digo que crecí mamando antiperonismo.

Soy hija de un obrero y de un ama de casa que apenas arañaban un status de clase media baja, o que al menos creían pertenecer a ella. Como mucha gente, por un trabajo bien hecho por los que detentan el poder, terminaron haciéndole el juego a los que siempre les cagaron la vida y mirando con recelo a los que estaban un poco por debajo de ellos en cuanto a condiciones económicas se refiere.

Mi viejo tuvo un mínimo acercamiento al peronismo en los comienzos del primer gobierno de Perón. Pero enseguida, y nunca explicó por qué, se volvió profundamente antiperonista. Mi vieja lo apoyaba en sus ideas. Aunque tiempo después creí entender que lo hacía para no contradecirlo más que por convicciones propias.

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Formo parte de una generación que pasó buena parte de su infancia y de su adolescencia en dictadura pero que escuchó más despotricar contra Perón que contra los milicos o sus mandantes civiles.

Mi mamá siempre me repetía que Perón parecía muy bueno si creías lo que decía en sus discursos pero que la realidad era muy distinta a lo que manifestaba. (La verdad es que no sé en qué realidad virtual eligió vivir buena parte de su vida mi madre). También decía que la tenían podrida con la marcha peronista, que se escuchaba a toda hora y en todas partes.

Lo cierto es que el poder mediático y real viene de lejos. Para muestra basta el botón del criminal bombardeo a la Plaza de Mayo. Para muchos la noticia fue la quema de las iglesias que, se supone, ocurrió en respuesta a ese accionar salvaje de parte de la Armada. Pero bueno, está claro que los bárbaros nunca fueron ellos. Y muchos menos si en las trompas de sus aviones llevaban el signo de “Cristo vence”.

Pero volviendo a la marcha, a mí siempre me resultó simpática y de música muy pegadiza. Así que, cuando quería molestar a mis viejos, me ponía a cantarla y vaya que conseguía sacarlos de quicio.

.......

Siempre me consideré una persona interesada por la política. Mis primeros pasos juveniles fueron hacia la izquierda. Pero el fin del siglo XX y el comienzo del XXI me encontraron bastante perdida a la hora de votar, como le pasó a buena parte de los argentinos. Y es que me faltaban elementos concretos más allá de la teoría y las opiniones supuestamente autorizadas. (Y convengamos que la oferta tampoco era tan interesante).

Así pasé por los radicales, la Izquierda Unida, el Frente Grande, la Alianza, Carrió (¡Carrió y su bendita República!). Pero nunca el peronismo. Al peronismo siempre le rehuía. Y es que uno solo puede entender lo que conoce. Y al peronismo no lo conocía más que por referencias subjetivas. Porque convengamos que Menem no hizo peronismo, más allá de su buena muñeca política. Y que la violencia de los ‘70, que desdibujó todo, obviamente no puede circunscribirse al peronismo sino a un signo de época que atravesó buena parte del planeta.

Y entonces llegó Néstor. No lo voté, como era de esperar. Pero me di cuenta de que algo distinto pasaba el mismo día que asumió. Vi gente, a la que yo consideraba muy piola, que estaba muy feliz y cerca de él.


Después del discurso de Fidel Castro en las escalinatas de la Facultad de Derecho muchos hablaron de “primavera camporista”, que era algo que no podía durar mucho y que pronto todo iba a volver al cauce de la mediocridad que había caracterizado a la política argentina -salvo escasas excepciones- desde el retorno a la democracia en el ‘83.

Pero no, se equivocaban. Estábamos ante algo diferente, algo que yo no había visto nunca en política y que empezaba a fascinarme.

(Fidel también vio algo distinto en el nuevo presidente. Pero más le llamó la atención Cristina. Y se lo comentó a Hugo Chávez).

Por mi parte, a medida que el gobierno de Néstor avanzaba, poco a poco fui enterándome de qué era eso del peronismo. Y vaya si me enamoró. Porque la política debe ser racional, pero sin pasión no sirve. No alcanza.

Con Néstor confirmé, además, que las únicas batallas que se pierden son las que se abandonan. (Verlo reunirse con intelectuales en Parque Lezama, inmediatamente después de la derrota del 2009, para empezar a construir el triunfo del 2011, fue muy fuerte).

Y también lo entendió Kicillof, que en pleno diciembre de 2015 ya estaba militando en las plazas para volver y mejores. No fue el único, está claro. Pero vale como ejemplo perfecto después de los 18 puntos que le sacó a Vidal en las PASO.

Néstor me enseñó, además, que -a veces- para lograr las cosas hay que meter las patas y hasta el cuerpo entero en el barro (o en la mierda) y que eso no te vuelve un hijo de puta. De puristas que despotrican desde el sillón de su casa estamos repletos. Y bien los reflejó Silvio en su Canción en harapos.

El día que murió lo lloré como a pocos. Todavía me duele su ausencia. Pero de nada sirve el ejercicio de qué hubiera pasado si…

Kirchner era un animal político, pero con Cristina conocí a una estadista sin igual, siempre muchos pasos más allá que el resto.

Con ella llegaron las grandes batallas y allí terminé de entender. Se corrieron todos los velos. Quedó todo muy blanco sobre negro. Quedaron muy expuestas las disputas de poder. Quedó bien claro dónde estaba el odio.

Pero Cristina también es el Bicentenario. Y el espíritu de esas jornadas inolvidables de mayo de 2010 me sigue acompañando.

En resumidas cuentas, ¿queda alguna duda de que me hice peronista con Néstor y Cristina? Pero gracias a ellos pude entender también a Perón y a Eva y a aquellos años del primer peronismo.

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La verdad es que es digno de admirar cómo el poder sigue logrando que muchos odien a quienes los benefician y que jueguen de idiotas útiles para los que viven jodiéndoles la vida.

Por otra parte, todavía se insiste en este país, y en buena parte del mundo, con que el peronismo no se puede entender, que es imposible de explicar.

Para mí es lo más sencillo de entender. Solo hay que conocerlo. Qué tan difícil es comprender que, con sus más y sus menos, su objetivo es mejorarle la vida a las personas. Después se pueden discutir otras cuestiones. Pero eso es lo esencial. Como dijo Leonardo Favio: “me hice peronista porque no se puede ser feliz en soledad”. O como dijo Cristina y aprendieron a replicarlo miles: porque “la Patria es el otro”.

De lo que estoy segura es que si resistimos estos cuatro años de plan sistemático de saqueo y destrucción cambiemita no es solo porque los doce años de kirchnerismo crearon un gran colchón de contención social. Resistimos porque también nos hizo mejores a buena parte de los integrantes de esta sociedad.

Así fue que dejamos de mirar para otro lado y, desde pequeños hechos, aprendimos a ser más solidarios, a empatizar con el otro, a no dar vuelta la cara. Y no dejamos que, a pesar de todo, nos quitaran la alegría.

Ahora que volvimos, esperamos ser mejores. El odio, el que inmoviliza y envenena, está en otra parte.

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