Recuerdos de 2015


--Su atención, por favor: esta publicación contiene imágenes de kirchnerismo explícito.--

2015 fue un año de despedidas.

Ya sabíamos que era el último año del gobierno de Cristina, luego de dos mandatos.

Por eso, la presidenta organizó unos festejos del 25 de mayo que, si bien no empardaron al Bicentenario, tuvieron lo suyo a lo largo de la Avenida de Mayo y las diagonales.








Para junio nos enteramos que el candidato a presidente por el Frente para la Victoria iba a ser Daniel Scioli. Costó bastante digerir la noticia y fue el tema de conversación recurrente el 20 de junio, en Rosario, entre los que nos acercamos al Parque Nacional a la Bandera para continuar con la celebración con sabor a despedida que había comenzado en mayo.






Pero, a medida que avanzaba el año, nos fuimos dando cuenta de que la posibilidad de que Scioli no ganara las elecciones era cada vez más creciente.

Allí nos olvidamos de los reparos que podíamos tener con el gobernador bonaerense y empezamos a redoblar la militancia, cada uno a su manera y desde su lugar. Sin embargo no alcanzó.

El resto de la historia la seguimos sufriendo hoy.

Para decir adiós


Lo cierto es que ante la certeza de que a partir del 10 de diciembre Cristina ya no gobernaría la Argentina y de que Scioli -casi seguramente- no ganaría la carrera a la Rosada, muchos empezamos un ritual de despedida de esos mejores 12 años de nuestras vidas. 

De mi parte, inicié un recorrido por lugares de pertenencia colectiva y que habíamos “ganado” en esos años, aunque no se si todos lo habían advertido.

La primera parada fue Tecnópolis.






Después recalé en el Centro Cultural Kirchner.







Y, finalmente, llegué a la Casa Rosada el último día de visitas durante la era Cristina. Ese 28 de noviembre de 2015 fuimos muchos los que sentimos la necesidad de estar allí. Tantos que se decidió permitir el acceso más allá del cupo cubierto para las visitas guiadas.

Ver a las personas recorrer la casa de gobierno, sentarse en el hermoso Patio de Las Palmeras como queriendo retener para siempre ese momento -y no queriéndose ir- fue algo conmovedor que se palpaba en el aire.









Pero faltaba una última parada: Plaza de mayo, el 9 de diciembre. Y ser parte de esa multitud que decidió juntarse para decirle gracias a una presidenta que había jugado para el lado del pueblo.

Muy pocos líderes políticos en la historia de la humanidad creo que tuvieron el privilegio de semejante reconocimiento popular en un final de mandato.




Cuando Cristina terminó ese discurso -en el que recalcaba el empoderamiento ciudadano del que nos deberíamos valer- nos fuimos desconcentrando sin apuro, con la frente en alto, sin odio y con la firme convicción de que íbamos a volver. Lo cantamos bien fuerte a lo largo de toda la ciudad y algunos extendimos el canto al Gran Buenos Aires, mientras retornábamos a nuestros hogares en auto, tren o colectivo.

Corolario


Este 2019, en cambio, nos encuentra con la certeza y con la alegría del regreso. Sabemos que no va a ser fácil, después de cuatro años de destrucción y de saqueo. Pero aquí estamos -un poco más rotos pero igual de enteros- los que sabemos que las únicas batallas que se pierden son las que se abandonan.



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