Coronavirus, vacunas, progresismos moderados y derechas radicalizadas
Hace un año el coronavirus se metía de lleno en nuestras vidas y tomaba forma de cuarentena. Y ya nada volvió a ser lo mismo. Lo cierto es que llevará tiempo dimensionar todos los cambios que tuvimos que asimilar –y de un verdadero plumazo– aunque, de a poco, intentemos, queramos, volver a lo que llamamos normalidad. Sin embargo, la vida continuó y lxs humanxs seguimos haciendo de las nuestras; buenas y malas. Así, a un lento pero sostenido regreso del progresismo y avances sobre el llamado lawfare y afines en Latinomérica, la derecha está respondiendo de una manera furibunda, dentro de un marco de radicalización a nivel mundial.
El SARS-CoV-2 aún nos depara un presente y un futuro incierto. No se sabe cuándo volveremos a saborear, en serio, un poco de lo que era habitual hasta hace un tiempo atrás. Es que, aunque algunxs practiquen el negacionismo, aún no está claro en qué puede derivar todo esto. Tenemos vacunas, por suerte en tiempo récord, pero no son garantía de que nos libren del virus ni total ni rápidamente. Y el egoísmo y la estupidez humana lo ayudan constantemente a generar nuevas variantes que aún no podemos mensurar cuán peligrosas son. Para muestra reciente están los certificados truchos de PCR de lxs que vuelven del exterior, ya sea de viaje de egresadxs o de hacer turismo en países donde las variantes más furibundas están dejando un tendal de muertxs y contagiadxs.
Y, encima, allí están lxs poderosxs del mundo con su lógica ombliguística, acumulando más dosis de las que necesitan e importándoles un rábano que, cuanto más demore la inmunización global, más a merced estaremos todxs del bicho y de sus mutaciones resistentes a las vacunas que, entonces, de nada les habrá servido acumular.
Entonces, no quedan dudas de que seguimos inmersos en esta pandemia de la que todavía no podemos medir con certidumbre sus alcances ni cómo nos seguirá afectando a la corta y, lo más importante, a la larga.
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Pienso, más allá de lo inmediato, ¿cómo se manifestará en el arte este tiempo que estamos viviendo? ¿Qué huellas dejará en las canciones, en las obras literarias, en el cine y otras ficciones, en las expresiones de los artistas callejeros o en las distintas ramas de la plástica?
La cuestión es que este maldito virus nos tiene prisionerxs. No hay lugar a dónde ir. Vayamos donde vayamos nos los vamos a cruzar en mayor o menor medida. Tomó de rehén al planeta entero. Por más que algunxs lo nieguen y crean que no existe, que es inofensivo o que son inmunes a sus efectos.
La única forma de escapar de él, entonces, es viajando a nuestros propios mundos interiores. Allí no hay bicho que valga.
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En estos días extraños –como los describía al comienzo de la primera fase de la cuarentena a la que entrábamos allá por el que ahora parece tan lejano y tan cercano a la vez marzo de 2020– nos acostumbramos más a la virtualidad. Pero también aprendimos a valorar más y mejor el contacto real con lxs semejantes, la importancia de la presencia tangible de lxs otrxs.
Y todavía no sabemos si la humanidad va a salir mejor de todo esto. De momento, no lo parece. Ni siquiera estamos seguros de cuándo se terminará esta historia o cuando devendrá otra pesadilla similar o quizá peor.
De todas maneras, el mundo siguió andando pese al coronavirus y su reguero de muerte. En Argentina, entre otras cosas, es ley el aborto legal, se reglamentó el uso de la marihuana medicinal, se arregló con los acreedores privados, se frenó la disparada del dólar y parece que, de una vez por todas, vamos a intentar que el Poder Judicial deje de ser un lugar donde se protege a lxs saqueadores de este país y se castiga a lxs que osan sacar los pies del plato para jugarse, alguna vez, por lxs olvidadxs y desposeídxs de siempre.
Paralelamente, aquí y en el resto del planeta, las derechas se vuelven cada vez más ultras, más despojadas de sus vestimentas de corrección política y se muestran como en realidad siempre fueron. Este no es un hecho que debemos atribuir a la pandemia. Pero creo que el COVID-19 sí contribuyó para que las cosas queden más expuestas.
A los representantes locales de este sector se los ve desquiciados últimamente. Y se les empiezan a notar los hilos. Los errores se hacen más visibles pese a la protección mediática.
El gobierno amarillo de CABA demostró que ya no es tan eficiente cuando la cosa no pasa por los negocios inmobiliarios, o por hacer o deshacer veredas y poner plantitas. Y así quedó en evidencia lo poco que le interesa lo público. Y también lo mafioso que es, vengándose de quién le hizo notar sus falencias a la hora de organizar la vacunación: Luana Volnovich, la titular del PAMI. La clausura de un hospital en plena pandemia, donde se atienden gran cantidad de afiliados de esa obra social, fue tan obscena como torpe.
Patricia Bullrich y secuaces afines se montan en todas las operetas de los medios para erosionar. Lo de Formosa fue pornográfico. Pero, como la vara es distinta, lo que sí ocurre en los feudos amarillos parece no ser verdaderamente grave, como es el caso de las 900 dosis de Sputnik que llevaba el ministro de salud correntino en su vehículo particular. En cambio, lo del renunciado Ginés sí que es corrupción...
Y si la realidad no resulta ser como necesitan que sea, la modifican a su antojo. La tapa de Clarín, obviando la desmentida de la asquerosamente soberbia Beatriz Sarlo sobre la vacuna bajo la mesa que, supuestamente, le había ofrecido la esposa de Axel Kicillof, batió todos los récords de impunidad mediática.
Entonces, parece que estuvieran poniendo toda la carne al asador pero a lo bonzo, como buscando una victoria casi pírrica. Y esto se hizo más notorio desde que Alberto y Cristina advirtieron explícitamente sobre el desmadre en el Partido Judicial y dieron claras señales de que, por lo menos, darán batalla para lograr la reforma de la justicia.
Pero la pregunta creo que es si estas derechas podrán ser más bestiales todavía. Ya lo veremos.
¿Lograrán salir impunes, indemnes, de esta guerra que están librando? También el tiempo lo dirá.
Y a todo esto, como dice el periodista Eduardo Aliverti, ¿cuánto influye, cuánto les importa a las mayorías, sobre todo a nivel de humor social y en el momento de decidir el voto, toda esta puja, muchas veces desigual, entre derechas cada vez más rabiosas y gobiernos populares?
¿Esta discusión se da solo en minorías intensas y politizadas? ¿Cómo es su correlato en la cotidianeidad de, digamos, el común de la gente, más allá de las contiendas que algunxs libran en Twitter ?
Son todas preguntas que aún no tienen respuestas. Lo única certeza es que, más allá de la importancia que le den las personas a estas cuestiones, el poder real nunca descansa y sigue pergeñando distintas formas de manipulación para tenernos a todxs a su merced, nos demos o no nos demos cuenta de ello.
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En medio de esta epidemia que sigue asolando al mundo y de derechas que se radicalizan a nivel global, “en América Latina estamos viviendo una segunda oleada de progresismo”, como señaló Álvaro García Linera, el ex vicepresidente boliviano y uno de los más lúcidos intelectuales del planeta. Claro que, esta vez, se trata de un “progresismo moderado, sin la presencia de liderazgos carismáticos”, como le aclaró a Alfredo Serrano Mancilla, director de Celag (Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica), en el programa de radio La Pizarra.
García Linera también fue contundente al indicar que “la extrema derecha no tiene ningún compromiso con la democracia y el riesgo de un golpe de estado va a estar presente en el continente, en el mundo y en Bolivia”.
Aquí quedó más que claro que la escalada violenta no tiene ningún problema en pasar de lo simbólico a lo real. Así fuimos desde las bolsas mortuorias hasta las piedras tiradas al presidente en el sur. Nunca olvidemos que otrora fueron capaces de bombardear Plaza de Mayo. Si tuvieran la posibilidad concreta, ¿qué les impediría volver a hacerlo? Ya demostraron que son especialistas en manipular la muerte y usarla para ganar elecciones: el incendio de Cromañón, el ¿accidente? ferroviario de Once (el motorman no frenó pudiendo hacerlo), el suicidio (¿inducido?) de Nisman...
Como bien dijo el ex vicepresidente boliviano, “la nueva oleada progresista debe encarar la lucha territorial porque los adversarios de la derecha están dispuestos a matar, a ahogar en sangre a lo popular, a mandar al basurero a la democracia con tal de imponer sus criterios. Estemos preparados para que eso no suceda”.
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Coincido con el gran Marcelo Figueras, que cada día escribe mejor, en su nota publicada en El Cohete a la Luna del 14 de marzo: “Nos encontramos en los umbrales de una tercera guerra sucia, que a juzgar por lo que vemos en estos días, más que sucia pinta para mugrienta. Los meses que nos separan de las elecciones legislativas serán escenario de una campaña de violencia inédita en este siglo. En general la cohetería poderosa se reserva para las presidenciales, pero la facción antidemocrática entiende que perder fuerza en el Congreso –ante un Poder Legislativo que funciona y actúa, a diferencia de aquel del período 2016-2019– puede serle fatal”.
“Por eso importa tanto que no perdamos el equilibrio, más allá de la sinrazón que nos escupan en la cara. Van a ocurrir naufragios en estos meses, habrá mentiras a granel, lluvia de mugre, violencias simbólicas y puede que hasta violencia real (que conste que escribí estas líneas antes de que lloviesen piedras sobre la comitiva de Alberto), porque nadie organiza fuerzas de choque pour la gallerie: una vez que te animaste a tirar cadáveres de utilería en Plaza de Mayo, tirar muertos de verdad es cosa de gradación. Pero, pase lo que pase, dejemos que los bonzos se incendien solos. Lo esencial es no actuar como combustible cuando pretendan abrazarnos. Contar hasta mil, respirar hondo, no entrar en la provocación”, reflexionó Figueras.
Estemos atentos, entonces, porque como también bien señaló el psicoanalista Jorge Alemán en Página/12, estos tipos “son representantes políticos de un Poder fuera del gobierno que ya ha decidido que es la misma Democracia la que debe ser destruida. Porque la Democracia siempre puede deparar alguna sorpresa, un movimiento imprevisto que afecte los intereses de un Poder que en tiempos del neoliberalismo desea ser ilimitado, reproducirse sin obstáculos. En el proyecto de ese Poder ya está programado que los gobiernos democráticos-populares sean sólo un mero paréntesis, un interregno reparador, hasta que la derecha neoliberal retorne. Y ni siquiera la feroz pandemia ha apaciguado el deseo del Poder de perseverar en su ser”.
“Nosotros no podemos hacer política con las mismas palabras que hacíamos en 1970, ni en 1990, ni en el 2010. Es otra realidad”, consideró Santoro. “Desde el 2010 al 2015, los pibes se politizaron por izquierda (…) Del 2015 al 2020, que coincide con el gobierno de Macri, hubo un proceso de politización por derecha y, ese proceso, va acompasado del crecimiento de Trump, Bolsonaro, Vox y todas estas nuevas derechas que, obviamente, surgen como consecuencia del agotamiento de un modelo. Ellos estudiaron a la izquierda y construyeron un arsenal teórico discursivo que les permite interpelar a un sector de la juventud (...). Yo creo que la izquierda tiene la obligación de ser rebelde, creativa, innovadora y de repensar su arsenal discursivo, de repensar sus palabras, de repensar sus prácticas políticas porque, si no, corremos el riesgo de repetir éxitos del pasado que pueden transformarse en derrotas y frustraciones del presente”.
Tampoco está de más recordar las palabras del historiador y filósofo israelí Yuval Noah Harari en una entrevista publicada en el diario Página/12. “Las corporaciones y los gobiernos están adquiriendo tecnologías nuevas y poderosas para dar forma y manipular nuestras elecciones. En consecuencia, la creencia en el libre albedrío es más peligrosa hoy que nunca antes. La gente no debería creer sólo en el libre albedrío. Debería explorarse a sí misma y entender qué es lo que realmente da forma a sus deseos y decisiones. Es la única manera de asegurarnos de no convertirnos en marionetas de un dictador o de una computadora superinteligente. Si los gobiernos o las corporaciones llegan a conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, entonces pueden vendernos lo que quieran, ya sea un producto o un político”, advierte el intelectual.
Por otra parte, Harari se mostró esperanzado al destacar que, “si todos los países cooperaran, existe la posibilidad de que la COVID-19 sea la última gran pandemia de la historia”. Ojalá así sea. Ojalá lo entendamos.
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