Sandro Querido

 

El primer recuerdo que tengo de Sandro es el gran paredón exterior de su casa.

Vivir en Banfield, sin dudas, fue un hecho determinante para que yo supiera, desde muy pequeña, de la existencia de un tal Roberto Sánchez.

Por estas zonas del Conurbano Sur aún hablamos del lado oeste y del lado este de las localidades, de acuerdo al límite marcado por las vías del Ferrocarril Roca.

Sandro, al igual que mi familia y yo, vivía en el sector oeste.

La que era su residencia está a escasas dos cuadras de la estación de tren y solíamos pasar por su puerta con mis viejos cuando íbamos a hacer compras “del otro lado de Banfield”, donde se halla la zona más comercial.

 

La cuestión fue que no sé si llamó mi atención el elevado muro, que intentaba preservarlo de buena parte del mundo, o si mis padres me aportaron el dato curioso sin que yo les consultara:

–Ahí vive Sandro –me informaron.

–¿Y quién es Sandro? –inquirí ni lerda ni perezosa.

La respuesta –cargada de todos los prejuicios de una clase media baja, tirando a baja del todo, pero que repetía sin chistar los argumentos de elitistas y supuestamente esclarecidos y bien pensantes– no se hizo esperar. Surgieron palabras como mersa, grasa, imitador de Elvis Presley. También mencionaron los movimientos espasmódicos de sus caderas y unas letras idiotas como esa que dice “Rosa, Rosa” y no mucho más que eso. Y también hubo sentencias del tipo que era un vivo que se llenó de plata cantando para la gilada y que su público mayoritario eran mujeres burdas que le tiraban bombachas y corpiños.

Eso era Sandro para muchxs allá por los ‘70 y los ‘80 y lo siguió siendo, más acá en el tiempo, para unxs cuantxs que nunca pudieron formatear el disco rígido de sus cabezas.

 

Ya en mi adolescencia, asomada a lecturas que presumían de ser progresistas, los conceptos sobre el artista se reiteraban y me confirmaban lo que mis padres me habían contado sobre él.

Lo cierto es que cuesta salir de los prejuicios que encorsetan ideas. Con el peronismo, por ejemplo, pasa todo el tiempo.

Y, si nos ponemos a relacionar temas, en 1945 ocurrieron dos hechos luminosos para Argentina: el surgimiento de un movimiento político que cambió para siempre al país y el nacimiento de uno de los pocos ídolos auténticamente populares que jamás haya existido.

Pero volvamos a los prejuicios.

Y debo decir que, por más que se enquistan en el inconsciente, cuando la realidad muestra otra cosa termina encontrando intersticios por donde colarse si las personas tienen ganas de abrir sus cabezas y sus almas.

Para mí, la primera llamada de atención fue cuando escuché a Roberto Sánchez cantar a dúo con León Gieco en el disco Semillas del corazón (1988). Y la verdad fue que me encantó. Y pronto dejó de hacer ruido mi prejuicio de cómo un artista “serio” como Gieco había convocado a un mersa como Sandro para interpretar con él un tema delicioso como Mi amigo.

Después vino su programa de televisión, Querido Sandro, que no estaba nada mal para la época (1990). En casa empezamos a verlo por José Ángel Trelles y seguimos viéndolo por Roberto Sánchez. Entonces, además de a un gran showman, comencé a descubrir a un tipo inteligente, con un particular sentido del humor, y que se me antojaba sincero y buena persona.

 

De allí en adelante confieso que igual seguí unos cuantos años sin prestarle demasiada atención a su obra artística, aunque me alegraba por su popularidad con las infinitas presentaciones en el Gran Rex. Y también me apenaba por su enfermedad que, nobleza obliga, no hizo nada por evitar.

Mientras tanto, la vida me llevó a entender, entre otras cosas, al peronismo y a hacerme peronista en su versión siglo XXI: el kirchnerismo.

Será que los años y las experiencias vividas también nos vuelven más sensibles, al menos a algunxs, y nos ayudan a comprender los fenómenos populares, nos gusten o no. Por ejemplo: el cuarteto, la cumbia, el hip hop o el reguetón no son géneros de mi agrado, pero los respeto cuando emanan autenticidad y no son mero negocio.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, cuanto más escucho a Sandro más me gusta. Y es que fue, y es, un artista único, un fuera de serie. Sus canciones están instaladas en el inconsciente colectivo y muchas te siguen poniendo la piel de gallina. Superame Porque yo te amo: “Por ese palpitar que tiene tu mirar…”. Temas impresionantes, interpretaciones increíbles. Sandro era un gran intérprete de temas propios y ajenos. Hasta la canción más sencilla sonaba –suena– bien en su garganta prodigiosa. Y el que diga que nunca tarareó Rosa, Rosa, que tire la primera piedra…


Igual tuvieron que pasar muchos años también para que sus colegas músicos, sobre todo los rockeros, lo reconocieran como un pionero en el género y como el artista de la reputa madre que era.

Los homenajes a Roberto Sánchez tardaron demasiado tiempo pero, por suerte, algunos fueron en vida.

Es que era como hasta vergonzante para algunxs admitir que admiraban lo que hacía.

Creo que pasó lo mismo con los músicos que con los que despotricaban contra él desde el llano. Estoy segura de que a unxs cuantxs les daba pudor confesar que les gustaba Sandro, por miedo a ser tildados de grasas vaya a saber por qué dedo acusador.

Y, recién finalizando el siglo XX, se grabó Tributo a Sandro, un disco de rock, y de allí en adelante fue como que se empezó a destrabar la cosa y El Gitano comenzó a percibir más claramente el reconocimiento a su grandeza artística.

Pero un día de enero de 2010 se murió. Y se lo despidió como lo que era: un artista amado por el pueblo.

Los seres que de distintas maneras tocan el corazón de las personas, son llorados auténticamente por las multitudes cuando mueren. Pasó con Eva, con Néstor, con Maradona… Y, por supuesto, con Sandro.

 

Años después de su partida física, su figura sigue bien presente.

Sus temas sonaron más vivos que nunca en La Leona, la última gran novela que nos dio la televisión argentina allá por 2016. Porque yo te amo, Penumbras, Quiero llenarme de ti vistieron de una forma impresionante los encuentros amorosos de María Leone y Franco Uribe/Diego Miller (Nancy Dupláa y Pablo Echarri). Y el resultado fue para alquilar balcones y revolear bombachas y calzoncillos. Esas escenas no hubieran sido lo mismo sin las canciones de Sandro…

Después llegó Sandro de América, la miniserie que en 2018, con demasiadas compresiones temporales y algunas licencias y flaquezas, sobre todo hacia el final, relató su vida. Pero se agradecen, particularmente, la labor de su director, Adrián Caetano, y la interpretación de Marco Antonio Caponi, el actor elegido para representar a Sandro en la mitad de su vida.

Y ahora acaba de editarse Tengo una historia así, un nuevo disco de El Gitano con temas inéditos y versiones no conocidas de algunas de sus tantas creaciones.


Hace rato que no paso por la puerta de la casa banfileña de Roberto Sánchez.

La pandemia nos cambió demasiado las rutinas a lxs que elegimos cuidarnos.

No sé cuál fue o será el destino de esta mítica vivienda.

Ojalá pronto podamos disfrutarla como un museo vivo y lugar de cultura y no termine convertida en vaya a saber qué luego de una fría transacción inmobiliaria.

Sea cual sea la suerte de la casa, quizá dentro de unos cuantos años sea yo la que le cuente a las nuevas generaciones, cuando pase por allí: “Aquí vivió Sandro”.

Y, si me preguntan quién era, estoy segura de que voy a decir: “Un gran artista popular. Tomate el tiempo que necesites para descubrirlo y después me contás”.

 

 

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